El pasado no es lo que interesa, si no lo que eres ahora, o lo que decides ser.

Cuando el hombre llega a un punto en su evolución donde las cosas materiales de la tierra tienden a perder su encanto y comienza a buscar en dirección a la Iluminación, es el momento en que se inicia en el sendero hacia su ascensión.

domingo, 8 de febrero de 2009

5. LA LEY DEL KARMA Y LA LEY DEL PERDÓN

El hombre no recibe más de lo que dé. El Juego de la Vida es un juego parecido al lanzamiento de un boomerang. Aquello mismo que un hombre piensa, sus acciones y sus palabras termina por manifestar­se, tarde o temprano, con una precisión que es real­mente asombrosa.
Aquí nos encontramos con la ley universal del karma, que significa en sánscrito «retorno». «Todo aquello que un hombre siembra, eso mismo cose­chará.»
Una de mis amigas me contó la historia siguien­te, que ilustra perfectamente esta ley: «Una de mis tías me ayudó sin darse cuenta de lo que hacía a li­berarme de mi karma personal; aquello mismo que yo decía, otro me lo repetía. Yo estaba a menudo irritada en casa y, un día, le dije a mi tía que habla­ba durante la cena: "Deja de hablar, deseo comer en paz".
»Al día siguiente, desayunaba con una señora a la que quería causar una buena impresión. Yo ha­blaba con animación, hasta que ella me dijo: "Deja ya de hablar, ¡deseo comer en paz!".»
Mi amiga se encuentra en un nivel elevado de conciencia; por lo tanto, su karma actúa más rápi­damente que el de una persona que está todavía so­bre el plano mental.
Cuanto más sabemos, más son las responsabili­dades que nos vemos obligados a asumir. Aquel que conoce la Ley Espiritual y no la practica, sufre mucho las consecuencias. «El temor al Señor (la Ley) es el comienzo de la sabiduría.» Si compren­demos que la palabra del Señor significa «Ley», muchos pasajes de la Biblia se volverán más cla­ros.
«La venganza es mía, para mí la retribución», dijo el Señor (la Ley). Ésta es la Ley que venga, no Dios. Dios ve al hombre perfecto «creado a su pro­pia imagen» (imaginación) y dotado «de los poderes de la dominación».
Ahí está, pues, la idea perfecta del hombre, tal como se halla registrada en el Entendimiento Divi­no, esperando que el hombre la reconozca, pues él no puede ser más que aquello que quiere ser y no puede alcanzar lo que quiere alcanzar.
Observamos nuestro éxito o nuestro fracaso, nuestra alegría o nuestra tristeza, antes de que éstas surjan de las escenas que están en nuestra imagina­ción. Hemos observado este hecho en la madre que imagina la enfermedad de su hijo, o la mujer que «quiere» el éxito de su marido.
Jesucristo dijo: «Conoceréis la verdad, y la ver­dad os hará libres».
Así que constatamos que la libertad (que nos li­bera de condiciones desgraciadas) procede del co­nocimiento, el conocimiento de la Ley Espiritual.
La obediencia precede a la autoridad y la ley obedece a aquel que obedece a la ley. La ley de la electricidad tuvo que haber sido padecida antes de que pudiera servir al hombre. Aquel que la emplea con ignorancia, puede estar delante de un enemigo mortal. Así en ella está la ley del Espíritu.
Una señora que poseía una gran fuerza de vo­luntad deseaba llegar a ser la propietaria de una casa perteneciente a uno de sus familiares y se for­maba con bastante frecuencia imágenes mentales en las que se veía a sí misma viviendo en aquella casa. Después de cierto tiempo, el propietario murió y ella heredó la casa.
Muchos años más tarde, antes de que llegara a conocer la Ley Espiritual, esta mujer me preguntó un día: «¿Cree usted que yo haya tenido algo que ver con la muerte de este hombre?».
«Sí —le respondí—. Su deseo era tan fuerte que lo barrió todo, pero usted ya ha pagado ese karma. Su marido, al que usted amaba muchísimo, murió poco después, y esta casa se transformó para usted en una especie de "caballo en la cuadra" durante muchos años.»
Sin embargo, ni el primer propietario de esta casa, ni el marido de la mujer habrían podido verse afectados por su pensamiento si hubieran estado fir­memente anclados en la Verdad. Pero lo cierto es que ambos se encontraban bajo los efectos de la ley kármica. Esta señora, al sentir hasta qué punto de­seaba aquella casa, debería haber dicho: «Inteligen­cia Infinita, dame la casa que me conviene, que sea tan encantadora como ésta, la casa que es mía por derecho divino».
La elección divina le habría ofrecido una satisfac­ción perfecta y habría aportado a cada uno su propio bien. El modelo divino es el único con el que se pue­de trabajar con la más completa de las seguridades.
El deseo es una fuerza formidable. Debe ser ca­nalizado convenientemente, sino irá inmediatamente seguido por el caos.
El hombre no debe pedir nunca más que aquello que le pertenece por derecho divino.
Volviendo a nuestro ejemplo anterior: si la se­ñora en cuestión hubiera tenido la costumbre men­tal de decir: «Si esta casa que deseo es mía, no la puedo perder; si no me pertenece, dame, Señor, su equivalente», el propietario quizás habría encontra­do una solución armoniosa (si eso hubiera estado en la elección divina) o bien otra casa habría sustituido a la primera. Todo aquello cuya manifestación se ve forzada por la voluntad personal será siempre una «mala adquisición»; por lo tanto, siempre conducirá al fracaso.

El hombre ha recibido esta afirmación: «Que se haga Mi voluntad, y no la tuya». Y, cosa bien curio­sa, el hombre siempre obtiene aquello que desea cuan­do renuncia a su voluntad personal, permitiendo así que la Inteligencia Infinita pueda actuar a través de él.
«Quédate tranquilo y espera en silencio la libe­ración del Señor» (la Ley).
En otra ocasión, una señora vino a verme presa de una gran angustia.
Se sentía realmente muy angustiada después de saber que su hija había decidido hacer un viaje que a ella le parecía muy arriesgado.
Según me dijo, había utilizado todos los argu­mentos posibles, enumerando los peligros que asu­mía al emprender este viaje, pero su hija no la quiso escuchar y decidió partir.
Le dije a esta madre: «Usted impone su volun­tad personal a su hija, y no tiene el derecho; ade­más, su miedo no hace sino atraer este viaje, pues el hombre atrae a sí mismo aquello que teme». Y aña­dí: «Relájese, retire su influencia mental, remítala a las manos de Dios, y sírvase de esta afirmación: "Dejo esta situación en manos del Amor Infinito y Sagrado; si este viaje está previsto en el Plan Divi­no, yo lo bendigo y no me resisto más, pero si no está divinamente determinado, doy gracias porque no se produzca"».
Uno o dos días más tarde, su hija le anunció: «Madre, renuncio a mi viaje», y la situación retornó a su «posición original».
Aprender «a mantener la calma» es algo que pa­rece difícil al hombre. Volveré a tratar más detalla­damente esta ley en el capítulo dedicado a la no re­sistencia.
Daré ahora otro ejemplo de la manera en que cosechamos aquello mismo que sembramos.
Una persona me dijo que le habían dado en el banco un billete falso. Se sentía bastante molesta por ello. «El banco jamás reconocerá su error», se lamentaba. Yo le respondí: «Analicemos la situa­ción y busquemos el motivo que atrajo ese billete hacia usted». Ella reflexionó un momento, y dijo: «Ya sé, envié una moneda falsa a un amigo para gastarle una broma». Así pues, la ley le ha enviado a ella el billete falso, pues la ley no comprende las bromas.
Yo le dije entonces: «Debemos apelar a la ley del perdón y neutralizar esta situación».
El cristianismo se fundamenta sobre la ley del perdón. Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley kármica, y Cristo en cada hombre es su pro­pio Redentor y su propio Salvador en toda condi­ción discordante.
Así pues, le dije: «Espíritu Infinito, nosotros ha­cemos una llamada a la ley del perdón y te damos gracias por aquella (la señora) que está bajo la pro­tección de la gracia y no bajo el peso de la ley, y que no puede perder este dinero que le pertenece por derecho divino».
«Y ahora —añadí después—, vaya al banco y diga, sin miedo alguno, que el billete que ellos le dieron por error era falso.» La mujer obedeció y, ante su enorme sorpresa, el personal del banco le pidió disculpas, y le cambiaron su billete con mucha cortesía.
Así pues, el conocimiento de la ley da al hombre el poder de deshacer sus errores. El hombre no puede forzar el ambiente exterior para que sea lo que ni siquiera es él mismo.
Si desea riquezas, debe estar lleno de riquezas en su conciencia.
Un día, una señora vino a solicitarme un trata­miento para la prosperidad. Ella se interesaba bien poco por su interior, que estaba en el más completo desorden.
Yo le dije: «Si usted quiere ser rica, es necesario que antes se ordene a sí misma. Todos aquellos que poseen grandes fortunas son ordenados, y el orden es la primera ley del cielo». Después añadí: «Mien­tras que el orden no reine en usted misma, la rique­za huirá de usted».
Inmediatamente, esta mujer empezó a arreglar su casa, dispuso los muebles de forma diferente, or­ganizó los cajones, limpió las alfombras, y de ese modo no tardó mucho en alcanzar una importante retribución pecuniaria, en forma de un presente que le hizo un familiar. Cambió y dirigió sus nego­cios pecuniarios vigilando su entorno, y, ahora, todo se dirige hacia la prosperidad, subiendo que Dios es su fuente.
Muchas personas ignoran que dar es invertir, y que atesorar, ahorrar en exceso, conduce invaria­blemente a experimentar pérdidas.
«Aquel que da con liberalidad será más rico que aquel que ahorra en exceso, pues éste no hace más que empobrecerse.»
He aquí la historia de un señor que deseaba comprarse un abrigo de piel. Acompañado por su señora, se dedicó a visitar numerosas tiendas, pero no pudo encontrar lo que buscaba. Todos los abri­gos que le presentaban le parecían de aspecto me­diocre. Finalmente, encontró uno que valía mil dó­lares, pero el dueño de la tienda dio su autorización para que le redujeran el precio a quinientos dólares, al considerar que la temporada ya estaba bastante avanzada.
El hombre poseía alrededor de setecientos dóla­res. La razón le aconsejaba: «No debes gastarte casi todo lo que posees en comprar un abrigo». Pero el hombre, que era muy intuitivo, no razonaba jamás. Miró a mujer, y le dijo: «Sí, vamos a comprar este abrigo, y voy a hacer un gran negocio». Ella consin­tió, aunque sin gran entusiasmo.
Alrededor de un mes más tarde, el hombre reci­bió un pedido por valor de diez mil dólares. El abri­go le había dado una tal conciencia de la prosperi­dad que él la había atraído; sin este abrigo, no habría podido realizar este importante negocio. Fue una inversión que le permitió obtener grandes in­gresos.
Si el hombre no hubiera escuchado sus intuicio­nes, que le decían que debía gastar o dar, esa mis­ma suma de dinero se la habría gastado de todos modos sin obtener beneficio alguno, o de una ma­nera inadecuada.
Una señora me contó que en el día de Acción de Gracias había informado a su familia de que ofrece­ría la cena tradicional. Tenía el dinero necesario, pero decidió ahorrar.
Algunos días más tarde, un ladrón entró a hur­tadillas en su habitación y le robó el montante exac­to de la cena.
La ley sostiene siempre a aquel que gasta sin miedo y con sabiduría.
Ocurrió en cierta ocasión que una de mis alumnas salió de compras acompañada por su pequeña sobrina. La niña quería un juguete, pero su tía le dijo que no podía permitirse comprarlo en aquellos momentos.
De repente, se dio cuenta de que estaba cedien­do a la idea de la pobreza, en lugar de remitirse a Dios, ¡a su providencia!
Así pues, compró el juguete, y cuando regresó a su casa se encontró en la calle la cantidad exacta que había pagado poco antes.
Nuestros recursos son infinitos e infalibles cuan­do nuestra confianza es absoluta, pero la confianza y la fe deben preceder a la demostración. «Que sea hecho según tu fe». «La fe es la sustancia de las co­sas que esperamos, la evidencia de las cosas que no vemos», pues la fe mantiene la visión estable, las imágenes adversas se disipan y «en el tiempo reque­rido, nosotros cosecharemos, si no vacilamos».
Jesucristo nos ofreció la buena nueva (el Evan­gelio) que enseña una ley más elevada que la ley del karma. Es la ley de la gracia, o perdón. Esta ley li­bera el hombre de la ley de la causa y el efecto, de la ley de las consecuencias. «Por la gracia y no por la ley».
Se nos dice que cosecharemos lo que hayamos sembrado; los dones de Dios se derraman sin parar sobre nosotros. «Todo aquello que posee el Reino está en él.» Este estado de bendición continuo espe­ra a aquel que ha logrado superar el entendimiento y el pensamiento mortales.
Las tribulaciones existen en la comprensión mortal, pero Jesucristo dijo: «Ten valor, yo he vencido al mundo».
El pensamiento carnal se corresponde con el pensamiento del pecado, de la enfermedad y de la muerte. Jesús comprendió su irrealidad absoluta y afirmó que enfermedad y tristeza pasarán y que hasta la propia muerte, su último enemigo, será vencida.
Hoy, desde el punto de vista científico, sabemos que la muerte puede ser vencida al imprimir en el subconsciente la convicción de la juventud eterna y de la vida eterna.
El subconsciente, es la fuerza sin dirección, ejecu­ta sin discutir las órdenes que recibe.
Al trabajar bajo la dirección del superconciente (el Cristo o Dios en el hombre) se alcanzará la «re­surrección del cuerpo».El hombre no rechazará más su cuerpo en la muerte, sino que se transformará en un «cuerpo eléctrico» como cantó el poeta Walt Whitman, pues el cristianismo está fundamentado sobre el perdón de los pecados y sobre «un sepulcro vacío».
Caminando por la ciudad, me di cuenta que hay tantas cosas de qué asombrarse....

La luna.

El aire.

Vos.


Y entonces acá
pienso que se me hace
todo mas fácil.
Pero en verdad,
el dolor de la Soledad
penetra mis venas
hasta llegar a mi corazón
Siento el dolor,
el de Extrañar...
El cual surge al pensar, cuanto te amé.
Paredes amarillas
demostrando que perdí
algo que quizás pensé, lo que era ser feliz.
La Sed de mi Garganta
pide un trago mejor.
Algo que refresque mi ser.
Pide a alguien, quién con una mirada, provoque una sonrisa.

Como gasto papeles, recordando...

Pues ella se sentó a escribir.
Sintió un disparo en su cabeza y de pronto, soñó.
Escuchaba melodías mientras caminaba entre las piedras.
Con una tímida mirada abrió su agrietado corazón, y caminó con sus mitades en sus manos.
Luego de llorar se sentó junto a esas calidad brazas para sentir un poco de calor.
Sentada escuchando Spinetta, pensaba en Vos, cariño.
Que lindo verte. Que lindo compartir pedazo de vida con vos.
Dulce Ángel que me haces sentir, tan especial.
Que ansias que tengo de ver esos tiernos ojos cafés.
Quizás puedo decir que la locura llegó a mi, pero admito que me encanta.
Pienso en tantas cosas a la vez, que te digo que me gustaría que estés acá.

Yo si sueño con Imposibles!


Sacando viejas pinturas de mi pared,

me asomo a mi ventana;

pensando en alguien que se quien es.

Respiro el fresco aire de las 2:38 de la mañana

y pienso en que bien me siento.

Ese olor a sahumerio que relaja.

Que bien se siente, volver a escribir
No necesariamente hay que armar una casa de barro y dejarte la barba para encontrar la iluminacion. De ultima prendes la luz.

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8º: No tenes q dar la cara en ninguna casa y q todos los parientes te gasten.

9º: No tenes q estar pensando en que hace el/la si sale por su lado

10º: Y por sobre todas las cosas No hay q bancarse todo el quilombo de caer a tu casa con ella y los clasicos "pero llevale algo" y "salis con ella no?